12. Caretaje

17 de febrero de 2024 | Diciembre 2023

En algunas áreas suele resultar muy intenso el cambio de gobierno en cuanto a la carga de trabajo al mismo tiempo que otras se ralentizan hasta la parálisis, hasta que pueda acomodarse el ministro con sus respectivos proyectos de trabajo y conocer con profundidad (a través de sus funcionarios cercanos) el manejo y reparto de tareas hasta ese momento.

En este caso, Marcela trabajaba en uno de los ministerios que arrancan a velocidades extremas. Al ser empleada de planta permanente, no formaba parte del grupo que iba a ser cesanteado al no renovarse sus contratos basura. A cada cambio de gestión veía cómo también se transformaba un porcentaje del personal. Pero el que nunca se iba era Ricardo. Unos diez años mayor, y ya estaba en la oficina cuando ella había entrado, veinticuatro años atrás. Grandote, un poco desprolijo, de camisas en general arrugadas y, en verano, sudadas con areolas que después quedaban como marcadas hasta entrado el invierno, cuando el paso de los lavados llegaba a restaurarlas.

 Marcela había aprendido a convivir de alguna manera con él y su transpiración, que más que disgustarla le provocaba pena, porque Ricardo no era quien elegía ese sudor en sus camisas ni en su cuerpo. Y sentía bronca cuando él, por el solo hecho de tener más antigüedad se arrogaba la facultad de corregir el desempeño laboral del resto.

—Marcelita —se presentó con una sonrisa y tomó asiento frente a ella, que leía en el escritorio un paper sobre una política pública probada en otros países de la región y que le habían pedido que evaluara para su aplicación local.

—¿Qué hacés, Riqui? ¿Todo tranquilo? —levantó la cabeza de su apoyatura en la mano izquierda.

—Sí, acá andamos. Viendo cómo se acomodan estos hijos de puta… Ahora parece que nos van a pedir que hagamos horas extra, ¿a vos te parece?

—Y bueno, qué sé yo… No. La verdad que no me parece, Riqui, pero ¿qué querés que haga? —levantó la voz y empezó a exagerar con el cuerpo— ¿Renuncio? ¿Dejo todo y me voy con los chicos abajo de un puente? ¿Cagando ahí en la zanja?

—No, bueno, no es para tanto, Marce… Pero vos me entendés lo que digo. Ya me están volviendo loco. Este pendejo es un boludo, no sabe nada y se cree que nos puede dar órdenes a nosotros. Te quería pedir un favor. Me están pidiendo que resuma un conjunto de leyes que no son de esta área pero tengo que buscar si hay cuestiones en las que se crucen, no sé… y me dieron este pilón. Miralo, ¡es enorme!

—¿Me estás cargando? —se echó con una sonrisa contra el respaldo.

—¿Viste? No te digo que son unos hijos de puta…

—No, ellos no. Vos, Ricardo. Sos vos el que me está cargando. Todo lo que dije de que renuncie y que termine viviendo abajo de la autopista y cagando en una zanja te lo escuché decir a vos el otro día en el comedor. Textual, dijiste eso. Y no digas que no era sobre mí, porque te escuché entero. No sé cómo te da la cara para pedirme un favor.

—No, pero… vos sabés cómo es esto, cómo boludeamos acá… Mirá, te propongo lo siguiente: vos me ayudás con esto y yo después te saco dos expedientes, por día, durante tres meses —dijo mientras clavaba alfileres invisibles en el aire.

—Por favor, Ricardo. Te cagás a vos mismo con las cosas que hacés. Hasta humillarte así, venir a ofrecerme trabajar para mí prácticamente,

Ricardo sonrió falso y algo decepcionado.

—Dejame pensarlo. En estos días te digo. Ahora voy a cagar en la zanja de la vereda —ironizó Marcela mientras se levantaba.

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