Bos Taurus, es el nombre en latín según Wikipedia, del animal vaca (si es hembra) o toro (si es macho). Lo busqué por curiosidad. Cuando uno adopta un bicho de éstos me parece que está bueno saber algunas cosas de antemano. Y aprendí muchísimo. Es un animal descendiente del uro, que no existe más; bueno, que se transformó con la domesticación a lo que tenemos hoy.
Al principio, tengo que reconocer que no me parecía muy buena idea. Me daba mala espina. Dos bichos así, tan grandes, en el departamento, eran todo un tema. En el consorcio intenté que nadie se enterara, pero duré muy poco: las pezuñas contra el suelo (el techo del departamento de abajo) y los mugidos que cada tanto hacen son imposibles de ocultar. Además que, como son dos, y son hermanos, también cada tanto se pelean o juegan. El novillo corre a la lechera desde la cocina hasta la habitación y se sacude todo.
La administración me pidió que los sacara, pero pude resistir. No tengo otra opción, que lo hablen con el dueño. Él es el que exigió que el contrato se abonara en leche y carne. La leche, todos los meses. Tengo que hacer la pasteurización yo, que ya desarrollé mi método propio. La carne, en cambio, quedamos en que serían tres pagos en meses consecutivos, los últimos del contrato, después de haber alimentado y cuidado al novillo. Le puse Toro de nombre, aunque esté castrado. Así se siente mejor.
Tuve que comprar un freezer enorme, para cuando llegue el momento final de Toro. Claro, para que entre sin pudrirse toda la carne. El dueño me dijo que si quería podía comer un poco, pero me da cosa, qué sé yo. Lo veo ahí en el balcón, tan contento, y se me quitan las ganas de comerlo. A lo mejor hago unas morcillas con la sangre para vender por mi cuenta, y una gelatina casera con los huesos. Pero todavía falta para pensar en algo así. Eso sí, para comprar el freezer vendí la tele. Gracias a Wikipedia aprendí que les molestan los campos eléctricos que producen y bueno. Ahora en casa, el entretenimiento son los libros y revistas.
Mi señora y los chicos también se encariñaron. A veces, Manchita, la lechera, se va a dormir entre las camas de los chicos, me da una ternura… Es que ya son de la familia. Mi hijo menor cada tanto se le prende a las tetas y empieza a tomar de ahí. Me da un poco de asco, además de que no se puede tomar así directo. Encima le cae pesado y después se pasa con diarrea como una semana entera.
Una noche, cuando apenas habían llegado, pudimos sacarlos a pasear, idea de los chicos. Creo que era martes, a las tres de la mañana. Nos levantamos y preparamos todo para hacer el menor ruido posible. Pusimos en el pasillo del ascensor unas frazadas y les inventamos como un bozal a cada uno para que no se pusieran a gritar ahí nomás. Por esos temas del peso del ascensor, viajó hasta la planta baja un chico con cada animal. Para que no se fuera a pique el ascensor, a ver si hacíamos un desastre. Todavía eran livianitos, pesarían 400 kilos más o menos.
Los llevamos a la plaza. Corrían los bichos, para acá, para allá, en círculos… Fue hermoso. Un momento sublime, de esos que te llenan. Después, claro, fue difícil hacerlos volver. Porque se daban cuenta y no querían. Pero la verdad que valió la pena. Yo creo que así son felices, y a mí me hacen un favor: me pagan el alquiler del departamento, con lo caro que está un tres ambientes.
