Valeria lamentaba el día que había tomado la decisión de mandar a Nico a esa escuela. Quedaba en el barrio, pero, justo esa zona, la peor dentro de un barrio de por sí agitado. Llevar y retirar a Nico era como una sesión de estrés y bronca gratuita. Además, la distancia era de esas indeterminables, que pueden un día parecer cortas y, al siguiente, algo imposible de realizar sin vehículo. Con lo que implica concurrir al unísono a la puerta de una escuela El año anterior había sufrido una crisis al borde del estallido, pero pudo, con psicofármacos y el consuelo de pensar que pronto su hijo podría ir solo al colegio, aplacar la presión en su mente.
Ese miércoles, por algún motivo, el tránsito estaba demasiado cargado. Valeria supuso que a lo mejor era porque estaba cortada la otra avenida o que había algún evento particular que convocaba por ahí cerca. Le costó cruzar la avenida, además del caudal aumentado, el semáforo no funcionaba, y los autos estaban enredados en la esquina. Iba a mandarse en un momento pero una bicicleta, libre de obstáculos y a buena velocidad, casi la atropella. Logró esquivarla, pero la suerte no la siguió mucho más. Un taxista que miró para la izquierda antes de avanzar, temiendo que el coche de al lado le raspara unas migas de pintura, no vio que a su derecha venía Valeria, escabulliéndose entre los coches, y le pegó con un sacudón que la tumbó, no sobre el asfalto sino sobre otro auto. Sin lesiones de gravedad, pero sí con tremendo mal humor, Valeria siguió.
Cuando llegó a la puerta de la escuela, compartió su padecer con dos madres de amigos de Nico y, una vez que él salió, también le mostró a él sus lastimaduras, pero a él no le importó mucho. En cambio, le dijo que tenía una nota en el cuaderno de comunicaciones, y que lo habían retado.
—Ay, Nico, pero ¿qué pasó ahora? —le preguntó Valeria al mismo tiempo que encontró una mancha en su ropa y la palmeó como para borrarla.
—Pasa que… metí a Luca, de segundo, en un locker, pero no fue por mi culpa —Nico se apuró a excusarse, inclinando la cabeza con la cara de frente al cielo. Sonaba el traqueteo de las ruedas de su mochila en las ranuras de las baldosas.
—¿Eh? ¿Cómo en un locker? Dios mío, nene, ¿qué hiciste?
—Es que, los de sexto dijeron que podía jugar en el equipo con ellos, que son los que se cogen a todos…
—¡Nico! —interrumpió Valeria—. No digas así —y le marcó el índice en el aire.
—Los que ganan siempre, dije —se rio, infantil, y Valeria se ablandó un poco—. Y me dijeron que yo podía jugar con ellos, pero para eso tenía que meter a Luca en el locker y dejarlo ahí un rato. Pero al final, el tarado de Luca se desmayó y, entonces me terminaron retando a mí.
—¿A vos? ¿Qué, y a los otros no? Pero qué ganas de joder a los padres que tienen en ese colegio, por el amor de Dios. Te castigan por no hacer nada, mirá qué bonito. Aparte que no pasó nada, es cosa de chicos… No, ya me cansé de este lugar. Te retan y encima es un quilombo venir a buscarte. Capaz que te cambio a otro Nico… o te vengo a buscar más tarde, si no, o tu padre al volver del trabajo —cerró Valeria, contenta de haber encontrado una idea que le satisfacía.
